1/4/11

Ángeles parisinos.

Paris llora todas las noches su pérdida. Lo sé porque cuando llega la hora de su muerte, el rió Sena acalla su arrullo lento y sinuoso, la torre Eiffel pierde algo de su esplendor desde mi ventana y las Amélies soñadoras se esconden en casa para no encontrar a su Nino particular.
La ciudad del amor me da la mano por mi pocas ganas de quererme a mi mismo, porque desde que Sophie se marchó he olvidado como era. He perdido la fe en todo aquello que una vez me importó, porque sin ella, sin mi vida, nada tiene sentido.

Me asomo al balcón y aspiro el dulce aroma a azahar que la dulce niña de ojos verdes siempre había adorado. Aún la recuerdo subida a la silla de mimbre destartalada del rincón, con las uñas de los pies pintadas de rosa fucsia y con el pelo recogido en una larga trenza color caoba. Era como un pajarito pequeño y curioso intentando alcanzar con la punta de los dedos la torre de hierro que se alzaba en el horizonte. Su juego preferido de cada día y el que nunca me cansaba de observar sentado desde la mesa de la cocina con un café entre las manos.

Todo en esa casa se construía con risas infantiles y cantos amables. Mi hija era toda la luz que un ser amargado necesita para poder sobrevivir. Desde la muerte de su madre, ella había sido la única razón por la cual me obligaba a levantarme por las mañanas, fumar un cigarro silencioso y buscar el sustento para alimentar sus pequeños labios de fresa. La rutina, la propia inercia y mi alma de padre me mantenían en pie para no dejarme caer en las garras de una desesperación y agonía que se me hacían inseparables. No obstante, el día menos pensado, Sophie fue robada de mis brazos por una enfermedad angustiosa; con los ojos cerrados cual princesa encantada, reposando sus bucles en la misma cama en la que lo hizo su madre y con un último adiós escondido en la comisura de los labios: Te quiero, papá.

La vida se apagó definitivamente. Perdió brillo, color; incluso sentido. Ya no me levantaba por las mañanas y mucho menos me permitía el lujo de fumarme un cigarrillo, ya que sabía que Sophie no me reñiría mirándome con esos ojos sabios e inteligentes que parecían leerme el alma.

Me quité los zapatos desgastados y los coloqué perfectamente alineados en el suelo. Descalzo y con la determinación dibujada en el rostro subí a la silla destartalada de mi querida Sophie. Sentí el vértigo en el estómago al percatarme del inminente vacío que se alzaba a mis pies. Las personas eran hormigas y los coches no eran más que manchas borrosas de colores infinitos. Fumé el último cigarro de la cajetilla de tabaco, disfrutando de cada calada mientras me empapaba del aire aristocrático de París. Cuando hube terminado apagué la colilla en una de las muchas macetas que adornaban mi balcón, sonreí unos instantes a las estrellas del cielo francés y me lancé a la nada; dónde sabía que las gárgolas de Notre Dame vendrían a buscarme para llevarme con sus alas rotas y sus sonrisas torcidas junto a mi Sophie. Mi querida y adorada Sophie.

7 comentarios:

  1. Buen día, darling. Acabo de leer tu relato en Bad Romance, me gustó, eso de los juegos niños y su curiosidad carnal... aunque creo que el final estuvo algo precipitado >w<

    Un saludo, honey.

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  2. Muchas gracias por seguirme :) Aun tengo pendiente terminar el ebook, pero en cuanto pueda te comento!
    Por cierto, esta entrada me ha encantado. París es mi ciudad preferida, Audery Hepburn mi actriz favorita para siempreysiempre y hace tiempo escribí una historia ambientada en París donde la protagonista se llamaba Sophie (la vida está llena de casualidades, eh?) ^^
    Te sigo :)
    Un abrazo con diamantes ^^

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  3. Ya lo he leído. Maravilloso. La época en la que está ambientado es una de mis favoritas. En serio, ¿se pueden tener más cosas en común?
    Un besitoo :) Y sigue así ^^

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  4. wow.. es hermoso, triste, pero hermoso.. me dejaste sin palabras.

    un beso enorme!!

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  5. Buahhhhhh que chulada me encanta.
    Increinle si señor.
    Te sigo de immediato

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  6. He vuelto!
    Qué profundo! Me ha encantado a la vez que sorprendido. Precioso final.
    Un beso :)

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